En 1991 tuve la oportunidad de ser elegido por los directivos del “Immune Suppressed Institute”, con sede en Los Angeles, California, para crear en la Ciudad de México una Clínica especializada en tratar enfermos con VIH y Sida. A mediados de 1992, la Clínica era ya una realidad. En ella se establecieron los protocolos de tratamiento más modernos entonces existentes, con técnicas muy refinadas que permitían el abordaje y manejo de pacientes en la Clínica y en el propio hogar de los enfermos, sin necesidad de ser internados en los hospitales. Desgraciadamente, la profunda devaluación del peso y la consecutiva crisis y depresión económica obligaron al cierre de la Clínica a fines de 1995. Habíamos intentado, en las postrimerías del cierre definitivo, usar células madre en nuestros enfermos, proyecto que quedó truncado abruptamente.
A finales de 1996, el entusiasmo que pude despertar en William Rader, el principal socio de aquel proyecto, resultó en una inesperada llamada para proseguir con el avance de la aplicación de trasplantes en México con células madre, plan al cual me hallé comprometido hasta el año 2000.
Para ese fin, visité El Instituto de Criobiología y varios hospitales afiliados a la Academia de Ciencias de la antigua Unión Soviética en Kiev y Kharkov, en Ucrania, lugar donde se estaban extrayendo y preservando células madre para aplicación humana. Pude ser testigo de numerosas historias clínicas de pacientes milagrosamente curados de afecciones diversas, muchas consideradas incurables hasta entonces. Conocí a las personalidades científicas involucradas en los proyectos de investigación pura y clínica de células madre humanas. Los convenios logrados en Ucrania nos condujeron a que se fundara y abriera la primera Clínica dedicada a trasplantes de células madre en Praga, República Checa y mas tarde en las Bahamas, con intención de tratar a pacientes de Europa y Las Américas. Los intentos de establecernos en México siguieron su curso con resultados deplorables.
En nuestro país, era necesario contar con los permisos de la Secretaría de Salud a través de dos entidades: el Centro Nacional de la Transfusión Sanguínea y la Dirección General de Trasplantes. La fuente de células madre era de embriones de menos de 12 semanas de desarrollo, para prevenir el rechazo, originarias del hígado, de linaje sanguíneo y del cerebro, de linaje neuronal. La estirpe celular obligaba a cubrir requisitos en las dos dependencias mencionadas. Durante casi cuatro años, las experiencias vividas fueron inmensamente frustrantes. En el Centro Nacional de la Transfusión Sanguínea, a pesar de haber cumplido con todos los requisitos, fuimos sistemáticamente bloqueados por la Dra. María Soledad Córdova. Sin embargo, se nos otorgaron los permisos en la Dirección de Trasplantes. La misma Secretaría de Salud creó la más absurda de las condiciones al negar y permitir el uso de células madre en los protocolos de investigación propuestos por nosotros. A pesar de acudir a las instancias más altas, finalmente nos fue bloqueado el proyecto indicando que las células provenían de productos abortados y que la Constitución Mexicana prohibía el aborto. De esta forma, las fuerzas más retrógradas del progreso científico bloquearon la posibilidad de haber avanzado en México, en ese tiempo, en la investigación de células madre, con un argumento de corte moralista que más tarde caería por su propio peso al modificarse la ley y permitir el aborto en el Distrito Federal. Esta absurda situación me fue advertida por el Lic. José Luís Porras, entrañable amigo de percepción y astucia profundas, a quien no le presté el crédito que se merecía. Finalmente El Dr. William Rader consiguió establecerse en la República Dominicana, donde las autoridades sanitarias permitieron y facilitaron el uso de células madre. Su compañía de llama Medra y puede ser consultado en Internet, pero el costo del procedimiento es inmenso y solamente accesible a personas de elevados recursos materiales.
Doce años después, ha sido muy grato saber que en México pudo lograrse finalmente el uso de células madre para aplicación terapéutica, por los doctores Gerardo Martín González López, Dolores Javier Sánchez González y Carlos Armando Sosa Luna, todos médicos militares especializados en Medicina Regenerativa y del Desarrollo.
Tengo en mis manos el libro sobre la materia publicado hace cinco años cuyo contenido es de una enorme sabiduría científica; además, no he hallado técnicas comparables en ninguna de las clínicas del mundo que realizan trasplantes de células madre. La invención de nuestros médicos es absolutamente genial, tanto en la producción de células madre como en el vehículo empleado para su preservación e infusión intravenosa.
Además, como ejemplo incomparable, han dedicado mucho de sus conocimientos, tiempo y esfuerzos en actividades altruistas, creando programas de ayuda a costo propio. Este tipo de terapia celular en el extranjero puede alcanzar cifras verdaderamente estratosféricas, cuando aquí es posible acceder a estos tratamientos a costos cerca de ochenta veces menos. Nuestros médicos presiden la Sociedad Internacional de Terapia Celular con Células Madre, Medicina Regenerativa y Antienvejecimiento.
Siendo conocedor del tema de células madre experimento una enorme admiración por estos profesionales y su proyecto que está logrando paulatinamente una aceptación en el medio profesional de la medicina mexicana que en muchas formas presenta resistencias al cambio de conceptos exclusivos de una percepción alópata orientada particularmente a la Pharmacía.