Al final del verano de 1984, Indira Gandhi la luminosa primera ministra de India fue abatida a tiros por miembros de su guardia personal pertenecientes a la casta Sikh, del Punjab. La India toda entró en estado de choque y estuvo al borde de la guerra civil. Desde el techo de la casa donde habíamos residido los últimos dos meses podía apreciarse el horizonte citadino de la ciudad de Delhi, sembrada de incendios por las insurrecciones. La violencia de masas, es imparable. Transcurría al través de nosotros, como el viento que pasa y deja una estela de devastación. Mi salida de India fue imperiosa; todos los extranjeros fuimos llamados a reunirnos en una concentración impresionante en el área del aeropuerto, en el centro del enclave militar más grande de la región. Allí, nos dijeron, estaríamos seguros. Las historías que escuchamos de otros viajeros y corresponsales, de viva voz, eran de horror. Los barrios mas desposeídos habían sido los campos de batalla y estaban sembrados de muerte y mutilación.
En medio de esa dolorosa realidad, donde la India sentía que la habían dejado sin madre, se prepararon y condujeron los ritos funerarios y la cremación del cuerpo de esa gran estadista. Pudimos ser testigos no tan lejanos de estos hechos y participar de las imágenes trasmitidas por la cadena nacional de televisión. Es imborrable en mi memoria el rostro de Rajiv Gandhi, el hijo mayor de Indira. Su hijo Sanjay, el predilecto, había muerto tiempo atrás en un accidente tripulando su propio avión y los sueños de Indira con respecto al futuro político de Sanjay se esfumaron. Rajiv era piloto de la línea Indian Air Lines, feliz en su vida tranquila al lado de su esposa e hijos. Aunque se le había propuesto participar en los asuntos de estado, siempre lo rechazó.
El rostro de Rajiv, ese que yo ví de cerca captado numerosas veces por las cámaras, me lo dijo todo y comprendí en un golpe de intuición lo que vendría después y así fue.
Rajiv fue arrastrado por una corriente indomable de situaciones políticas y sociales y pronto fue elegido como Primer Ministro de India, ejerciendo una función que no quería, que nunca esperó vivir. Y sin embargo, ocurrió, al igual que su muerte tiempo después, también abatido por una bala asesina.
He recordado aquel episodio y no he podido evitar su evocación y significado al ver de cerca también el rostro de Javier Sicilia. Al iniciar mes de marzo de este lento año mexicano, Javier hacía su vida como cualquiera de nosotros, en sus tareas personales de ensayista, escritor, poeta. Al terminar el mes de marzo, la vida de Javier ya había sido destrozada al serle matado su hijo de 24 años, arrancado de la vida en su pleno florecimiento.
He seguido de cerca, lo mas cerca posible para mi, los pasos de este hombre, que han marchado horas de fatiga y llanto al encuentro de un destino que no ha elegido. Y las reflexiones, sembradas de intuición no cesan de surgir envueltas en la pena de ver a miles y miles de vidas segadas en un México desplomado por una descomposición sistémica que ya nos envuelve a todos.
Pensamos que tenemos la capacidad de elección, que nuestro libre albedrío se alza supremo sobre nosotros y poseemos el dominio total de nuestros senderos. ¡Pero cuan equivocados estamos! No sólo por el incesante movimiento transformador del mundo, sino también por nuestros condicionamientos inconscientes que habitan en lo más profundo de nuestras sombras.
¿Qué hace al personaje trágico? Algo más grande que desborda el límite de la individualidad y que toma el ser en un arrebato inexorable de condiciones y circunstancias insospechadas que se van urdiendo en el flujo continuo del presente. En forma, el personaje trágico se va a convertir en un coloso ante observador, en un arquetipo que entra en correspondencia con las formaciones mas profundas del inconsciente colectivo. Son seres dolientes por excelencia y sufren sin tener la culpa al enfrentar un destino que podría decirse preestablecido ante el cual se halla en la compulsión de tener que actuar. Quien sufre así, se duele en la soledad. No hay cabida para el consuelo, porque no es un dolor esperanzado en la salvación, es intransferible propio, único. De este dolor sin escapatoria deriva la expresión irrefrenable de acabar, de terminar con lo que le dio origen. En la tragedia clásica, es morir en la soledad más absoluta. En lo colectivo, se convierte en un clamor social, de todos aquellos atrapados en lo mismo. Con una salvedad: que el protagonista se convierte en catalizador de la masa.
Esto es lo que he visto hoy en el rostro de Javier Sicilia al igual que en el rostro de Rajiv, años atrás. Pero hay una diferencia que otorga una dimensión desigual a ambos. Javier es poeta. Rajiv no lo era. Los poetas, al igual que los místicos indignados, al alzar la voz tocan las cuerdas mas profundas del alma humana: las necesidades vitales de amor y compasión y por ende, su carencia, que envilece la vida. La poesía en sus expresiones mas sutiles transitan en la periferia del sonido, tocando sentidos, símbolos y evocando las energías mas hondas que en la forma de emociones y sentimientos envuelven nuestras vidas. Los poetas tienen la capacidad de hacernos despertar a estados internos que otras manifestaciones de la inteligencia y el arte no alcanzan. Por esto, los poetas son temibles para quienes tienen poder y son blanco de la palabra que acierta y descubre la lacra, la inmundicia de los intereses inhumanos, egoístas y criminales de quienes agravian y dañan a la vida en común.
La percepción de quienes están en el poder seguramente no vislumbran la dimensión del movimiento social que se está gestando; aun no alcanzan a comprender, dentro del narcisismo que les aqueja, la verdadera dimensión y las posibles consecuencias del destino que se desenvuelve en estos momentos en nuestro país. Posiblemente creen que será una manifestación que seguirá el curso de las anteriores en contra de la violencia, que fueron cooptadas por el poder. Yo no lo considero así, me lo revela el rostro de Javier Sicilia y temo por él, por la historia de todos los poetas asesinados en el curso del tiempo que levantaron su palabra en contra de los malos regidores criminales, como Al-Hallaj, en el antiguo Islam, Federico García Lorca y Miguel Hernández, mártires de la Guerra Civil en España asesinados por los Franquistas, Victor Jara y Homero Arce, muertos en Chile por Augusto Pinochet junto a decenas mas de poetas, y la lista puede seguir y seguir y seguir.
Javier Sicilia no escogió su destino; el destino lo eligió a él y ya no puede detenerse. Nadie en el río vigoroso de la protesta puede ya detenerse. El destino trágico de Javier se ha convertido en destino colectivo.
La realidad dolorosa de los mexicanos y mexicanas que ha salpicado el territorio de la Nación de manera fragmentada ha hallado cauce en el movimiento que surge. Las condiciones de descomposición de todos los sectores del país crearon las condiciones para la emergencia de los perpetradores, los criminales de fuera y de dentro del sistema que han matado a cuarenta mil mexicanos y desaparecido a veinte mil. Ellos son las víctimas muertas y nosotros las víctimas vivas. Los únicos que pueden detener la debilidad y anarquía del gobierno son los comprometidos, los que están al lado de la palabra que denota la realidad, la del poeta, la del actor trágico y el elenco que lo completa, las madres, padres, hermanos, hijos de los muertos en una guerra que no debió darse así. Finalmente llega el despertar en un compromiso colectivo de orden social, no político.
El discurso oficial del Gobierno, del Presidente de la República, ha intentado plagiar las palabras del poeta, hacerlas suyas, situarse al lado de las víctimas, sin serlo y de ese modo desvirtuar la más alta responsabilidad encomendada a la representatividad popular, el derecho a la vida y a la paz. Ellos tampoco quieren la violencia, a su decir, pero olvidan que son los perpetradores ó bien los han solapado, sin importar de que insignia política provengan. Porque son ellos quienes por décadas han creado la profunda iniquidad existente, son ellos quienes han creado sesenta y cinco millones de pobres, son ellos quienes han generado los monopolios y construido al hombre mas rico del mundo nacido del saqueo y la entrega de la riqueza colectiva, son ellos los que han arrebatado la oportunidad de crecimiento y progreso a millones de jóvenes sin oportunidades, son ellos quienes han mantenido la incultura de las masas y nutrido a criminales de la educación, de la política, de las finanzas, de las gigantescas empresas, son ellos los que han favorecido la corrupción e impunidad en todos los ámbitos de la nación, incluyendo al ejército, son ellos los que se han sometido a los intereses norteamericanos, sin vergüenza ni reparo, y también son ellos quienes solaparon en connivencia vergonzosa a los sectores del crimen que ahora combaten, propiciando el negocio mas lucrativo posible en el sector de las armas y las drogas. Y dicen que quieren lo mismo que la sociedad les exige. Es montarse en el discurso ajeno de la forma más cínica posible.
Este movimiento social surgido de la tragedia, va a continuar. Busca recomponer desde lo básico lo que está inservible. La organización de la sociedad está operando, se está articulando en propuestas claras prontas a ser puestas en marcha. Es un cambio que va a tardar varios años, sin duda, pero seguramente va a prosperar de modo insospechada para los que han abusado y expoliado como botín personal a este gran país.
Al regresar de la India, en 1984, inflamado el corazón por la violencia que vivía esa gran nación a la que he amado tanto, en una reunión de amigos, Angel Solana me preguntó: ¿viste el futuro de México en la India?
Hoy sé que en parte, lo vi.
El análisis del texto es impecable y el paralelismo lo pueden cuestionar pero sin duda estamos en México en un momento que será un parteaguas que encontrara esa similitud con la India que vio y vivio en los '80s Lexaroy.
ResponderEliminarUn punto muy destacable es como Sicilia y Lexaroy destacan la responsabilidad de todos los políticos de hoy y de ayer sin distingo de partido asi como de empresarios y todos los poderes facticos en el Mexico que hoy Sufrimos